martes, 14 de septiembre de 2010

El viaje en bus de Minerales

Cuando Sales quiso levantarse ya era otoño. Un sueño profundo y una bajada de sodio y de potasio hicieron el resto. Se quedó sin Minerales. Afortunadamente Tobías, cinéfilo de nivel superior, había visto Algo pasa con Mary y se acordaba de las artes del perro antes de caer electrocutado. También se acordaba de las artes de los Vigilantes de la Playa y consiguió reanimarla. Con Minerales reanimada y Tobías en una nube andorrana, siempre enganchada a la canberry, se dispusieron a marcha de la Costa Brava.

Querían huir cuanto antes porque no sabían si los toros parados, y no precisamente quietos, les perseguían. Tenían a Prudencia y ellos, creían, eran el siguiente objetivo. No se fiaban que por aquello de la complicidad entre animales no tuvieran infiltrados en el AVE, así que decidieron huir en autobús.

Se jugaron a piedra, papel o tijeras el destino. Tobías, que jugaba con desventaja contra un humano, aunque se llamara Minerales, solo era capaz de sacar papel. La tijera de Minerales frenó en seco sus aspiraciones de volver a Andorra. Se le había olvidado activar la tarifa plaplanamericana (música de fondo on) y la única manera de hacerlo sin tener que suplantar a su madre, titular de la línea perruna, era volviendo a Andorra.

Así que Minerales, como ganó, decidió volver a La Manga. Estaba cansada de que solo se hablara en los periódicos deportivos de la Costa Brava de los equipos catalanes y anhelaba comprar su periódico favorito, el As. Ya sabemos aquello que da tener un as en la manga.

Cuando montaron en el autobús, era ultramoderno, tanto que en vez de cuero, la versión moderna de buero, tenían duero. Tal fue el desconcierto, incluso del conductor que tuvieron que desviarse al río del mismo nombre para rendirle pleitesía.

En esto, Tobías, a todos los efectos era un perro. Listo, con canberry, pero perro. Y aunque muchos perros personas viajan como personas, no dejan de ser eso: personas. Así que Tobías tuvo que viajar en el maletero, con las maletas. Afortunadamente logró convencerle gracias a la cobertura.

Nuestra protagonista, por su parte, cuando se montó en el autobús descubrió que no solo le había tocado el asiento trece sino que su compañera era toda una sorpresa. Y se asustó tanto. Una monja esposada a su lado, haciendo ruidos y dando voces, sin parar de hablar y de rezar en voz alta, a su manera. No podía cambiarse de sitio, así que todo su viaje hasta la manga, vía duero, se lo pasó bberriando con Tobías.

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